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Trasfondos de facciones: I – II – III – IV – V – VI – VII 

Capítulo I: Parte I / Parte II / Desenlace

Capítulo II: Parte I / Parte II / Desenlace


Capítulo III: la sombra de un traidor.

Las cabezas de todos los habitantes de Anduak, de los combatientes y de cualquier criatura que estuviese sobreviviendo en los planetas del sistema en guerra, se alzaron al unísono boquiabiertos al observar los dos haces de luz que desprendían Valfar y Arntor. Lamentablemente ninguno de ellos emanaba esperanza, pues la destrucción parcial de la joya de Anduak, de sus prístinas playas, frondosas selvas y complejos turísticos de lujo auguraba un destino fatal al resto de planetas. Por otro lado, Arntor se alzó como un foco de maldad y vileza, atrayendo a todas las abominaciones empíreas posibles a través del gran portal abierto por los Malditos de Kurgan. Akhronax y sus seguidores festejaron con orgullo su victoria al establecer la cabeza de playa en el planeta penitenciario, centrándose nuevamente en conseguir el propósito que les había llevado tan lejos del Ojo del Terror. Akhronax sabía que sus éxitos eran observados por los dioses oscuros, y si continuaba haciendo estas gestas podría ser recompensado como él se merecía. Apenas pasaron unos tensos momentos después de la apertura del portal a la disformidad cuando los presos se lamentaron de su desesperada alianza con los herejes, ya que los demonios no diferenciaban entre ellos y los combatientes leales al Emperador; todos eran una presa. Y si no tenían la suerte de ser masacrados instantáneamente, su sentencia era el sufrimiento a través de la diversión de estas criaturas del caos.

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Con la fusión casi completada entre las dos flotas tiránidas, prevaleciendo la asimilación a favor del enjambre Cronos, la flota imperial estaba en verdaderos apuros para defender el espaciopuerto de Regalis Menor. Los supervivientes de la contienda se acumulaban en las principales colmenas de Regalis Major, se atrincheraban en las grandes forjas de Avernus o simplemente robaban cualquier tipo de transporte civil con el que pudiesen escapar de allí; aunque las opciones eran relativamente nulas, con todas las esporas tiránidas flotando en las órbitas planetarias.  Sólo quedaba rezarle al Emperador por su alma. La cantidad abrumadora de bionaves hacía que cada proyectil tuviese que ser contado, pues la escasez de munición  se hacía más remarcable a medida que el almacenamiento en los silos militares desaparecía. Así como la falta de distribución del material en Avernus, el mundo forja se convirtió en una prioridad tanto para los defensores del Imperio, como a los caóticos, orkos y todos aquellos luchadores que dependían de ese tipo de munición. Y los Tiranos de Enjambre de Cronos lo sabían; manteniendo un estrecho cerco de biomasa bloqueando la expulsión masiva de demonios en Arntor, y tras la pérdida estructural planetaria de Valfar, dejando solamente organismos devoradores, sus esfuerzos sinápticos se centraron en evitar que su alimento pudiese equiparse y defenderse de sus garras y bioarmas. Su astucia alienígena asustaba hasta los más taimados estrategas necrones.

Aunque el plan para golpear duramente al enjambre Cronos había sido parcialmente frustrado por los defensores mortales, las legiones necronas y sus líderes se sentían mínimamente satisfechos por los resultados. Las detonaciones sincronizadas de las centrales de energía de Valfar resquebrajaron la corteza terrestre, desestabilizaron las placas tectónicas y grandes fragmentos de rocas se mantenían en un delicado equilibrio con el resto del planeta. La atmósfera de la antaña joya de Anduak se llenaba de vapores nocivos, lava y agua combatían por ocupar un mismo espacio, volviendo exponencialmente inviable la superviviencia en el hemisferio norte del planeta. Según el Emperador Sarkoni, era cuestión de tiempo que acabase por explotar y desestabilizar el sistema solar al completo. El dirigente de El Imperio de los Mutilados continuaba ayudando a su homólogo, aprendiendo más de la naturaleza fásica de sus tropas, y esperando el momento adecuado para asimilar tanto su tecnología como a los guerreros de metal. Ajeno a las artimañas del Emperador Sarkoni, El Guardián continuaba empeñado en eliminar todas las amenazas de su protectorado a cualquier coste posible; incluso si ese mismo coste le hacía arrasar con millones de vidas, pues para él lo único que importaba era defender de aquello que no lograba recordar. Tan fásicos sus poderes, tan fásica su memoria. Pero algo dentro de él despertó cuando ese mortal empuñó esa espada, un recuerdo guardado en las profundidades de sus entrañas de hierro. Las hebras del destino se hilaron para que ese aguerrido general que le desafío en los primeros compases de la guerra por Anduak, acabase tocando algo que no le pertenecía. Rápidamente ordenó movilizar a todos sus efectivos hacia Borealis, esperando llegar a tiempo antes de que se liberase la verdadera amenaza del sistema Anduak.

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De orkos a Anduak vinieron muchos, cada vez eran menos, pues el gran grueso de la horda del clan de Loz Piñoz Zucioz se dispersó entre los diferentes planetas, reduciendo la capacidad natural de estos seres a multiplicarse. Pese a todo, el optimismo de Harrisork “Pateakuloz” no tenía parangón, y cualquier oportunidad que encontrase para darle la vuelta a la tortilla la aprovechaba; sus chicos en Avernus estaban saqueando todo el material bélico que encontraban, mientras que los de Regalis Major y Borealis arrasaban con cualquier población civil que encontraban. Perseguidos por los Ultramarines, Harrisork y los supervivientes en la batalla del complejo secreto les llevaban horas de ventaja, sin fatigas ni agotamientos que les posibilitase a los azulados atraparles. Aun así, algunos de los exploradores de la retaguardia de la horda piel verde avistaron que los marines espaciales desistían de su caza, dándole tiempo al gran kaudillo orko recontar a todos sus chicos y ver a dónde podían ir. Después de rumiar durante bastante tiempo, uno de sus más avispados consejeros se le iluminó el coco con una idea de Morko: “¡Podemoz hacer una máquina para teletransportarnoz entre los planetaz, y así repartir piñoz sin depender de navez!”.

Druvaldi observaba las jaulas repletas de futuros gladiadores para Commorragh y no se sentía del todo satisfecho: pálidos humanos, peleones marines espaciales de distintas marcas, alguna criatura tiránida atrapada al aislarse de su enjambre; pero todos ellos eran demasiado comunes en las arenas de los coliseos, por lo que su precio era menor para todas las pérdidas que estaban teniendo sus Cazadores Pálidos. Aunque se ocultaban en las sombras, los eventos sucedidos en Valfar y Arntor le brindaron nuevas oportunidades; presintiendo que esta contienda sin sentido escalaría a una destrucción masiva del sistema solar y del resto del sector, debía apresurarse a conseguir un trofeo que valiese la pena y le mereciese respeto para los suyos, los Drukhari. Aunque por una inexplicable compasión que emergió del oscuro corazón de Druvaldi, ayudando a los eldars exoditas de Valfar a escapar de su mundo, fue la clave para descubrir qué elemento le faltaba a la colección antes de dejar este miserable lugar: necrones. Duros e implacables, rara vez habían pisado las arenas de batalla de Commorragh por su peculiar naturaleza, además de que los que rondaban por aquí tenían peculiaridades rara vez vistas antes en necrones; por lo menos en los usuales. Era la hora de cazar un gran trofeo, y dejarse de las migajas del pastel.

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Pero no todos perdían la esperanza, pues el Adeptus Astartes seguía luchando con ferocidad pese a todas las adversidades y obstáculos que se encontraban en el camino en la defensa del Imperio. Templarios Negros guiados por San Jorge, los Ángeles Oscuros del Gran Maestre Aun, la antigua 10ª Compañía de Ultramarines del Capitán Máximo Quintel y Guardianes de la Muerte del Comandante Philippo peleaban en cada callejón de Avernus, resistían en las gargantuescas murallas de las colmenas de Regalis Major y bombardeaban desde los cielos a toda criatura no humana que se atreviese a asomar la cabeza de sus trincheras en Borealis. Su fe y rectitud lideraban las defensas que tanto necesitaba el sistema solar Anduak en este momento, y agotarían todas las opciones antes de ni siquiera pensar en un exterminatus total. Juntamente con los exiliados T’au del Comandante Shas’O Aloh Mont’au, demostrando en cada batalla que su valor en esta lucha era incalculable, y la Jauría Errante del Coronel Maneth, haría retroceder hasta los pozos inmundos a todos los invasores que se atrevieron a pisar las tierras del Emperador.

“¡Herejía! ¡Traición!” era lo que se escuchaba en las radios imperiales por todo el sistema. Las apalabras del Inquisidor Maximus alertaban que se estaba cometiendo un delito penado con la muerte. Junto a esas palabras, se acusaba al Coronel Maneth y a su Jauría Errante de renegar de la luz del Emperador. No hicieron falta muchos argumentos para que todos los ojos se pusieran sobre las tropas del Coronel, mientras este continuaba obnubilado contemplando la reliquia que le hablaba en susurros. Pese a todo, sus hombres le eran leales y lucharían junto a su líder en cualquier circunstancia, como ya habían hecho anteriormente. Inspirado por palabras sombrías, Maneth evocó en un poderoso discurso sus verdaderas intenciones: tenían el artefacto para acabar con toda la maldad que los rodeaba, solamente necesitaban alimentarla para activar el mecanismo que lograría llevarlos a la victoria definitiva. Envalentonados por el Coronel, la columna mecanizada se dirigía por las carreteras de Borealis allí donde la saciadora de sueños le indicaba al comandante humano; tanto tiempo encerrada y tanta hambre acumulada, sus fuerzas estaban bajo mínimos que apenas podía controlar a Maneth. Pese a todo, su persuasión y encantamientos hicieron el trabajo duro para el espíritu que encerraba la reliquia custodiada.  Sentía que no muy lejos de allí se encontraba lo que necesitaba, y así se lo hizo saber a su nuevo títere.

Y donde ella estaba, traía muerte.

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